miércoles, marzo 31, 2010

Coatzacoalcos: ciudad y sueños a fines de los setenta


Coatzacoalcos. Panorámica desde el Edificio de la Asociación Ganadera. Fotografía de Eusebio Estrada Amaya

Una ciudad no sólo es la proyección tridimensional de su emparrillado, de su lotificación, o de su antiguo trazo de la propiedad privada, no sólo es el cascarón de concreto, vidrio y metal marcado por el tiempo y el clima, ni sólo es la vida industriosa y comercial de sus habitantes, también es el sueño, los deseos y las ganas mismas de vivir y ser feliz que esos habitantes manifiestan de cuando en cuando, o cada vez que están a punto de rendirse en medio de la rutina y el aislamiento. Entre más ajena parece la ciudad, más se esfuerza la gente por realizar sus anhelos, por sobrevivir a la indiferencia y la soledad.



Muelle en Coatzacoalcos. Fotografía de Eusebio Estrada Amaya

Las rutas marítimas, las rutas comerciales, también son algo más que sólo eso, son la oportunidad a veces irrepetible que muchas personas tienen para conocer el mundo. Algunas de ellas llegan con ilusiones, o solamente con su propia ingenuidad. Creen que el mundo es lo que parece a la distancia, o en medio de la bruma de los atavismos. No importa si vienen de Asia o de Europa, la mayoría sólo busca diversión y olvido. Y otros más se embarcan aquí para hacer lo mismo, maravillarse si hay tiempo en la travesía y conocer nuevos puertos, nuevos rostros, nuevas emociones en otras latitudes.


Tres niños porteños, tres miradas. Fotografía de Eusebio Estrada Amaya

El sueño y la diversión se relacionan. Ambos diluyen por un momento la cotidiana realidad. Ambas actividades pueden convertirse en una forma de vida, y así surgen los que sueñan y se divierten en lugar de otros que únicamente se acomodan para verlos reir y esforzarse. A veces expulsamos los sueños y la diversión de nuestra vida diaria, que nos absorbe en su economía; a veces nos conformamos con pequeñas dosis de almíbar por las noches o durante los fines de semana. En general, dejamos jugar a los niños, pero no pocas veces les enseñamos a despreciar los sueños y las ilusiones: hay que convertirles en hombres de bien.

1 comentario:

  1. Se extraña Coatza... ojalá que el mendigo huracán no se haya acabado todo...

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