El río huazuntlán corre a través de los pastizales, dentro de sus arbolados bordes del cauce, y se despeña en la hendidura formando esta gran cascada y una laguna que alimenta a un arroyo. Ahí abajo se da un extraordinario microclima con vegetación abundante y variada, desde líquenes, musgos y helechos -de varios tipos- hasta plantas herbáceas, como las araceae o las zingiberaceae, y árboles de mediana altura. Según la época pueden apreciarse distintos insectos (los entomólogos dirían, ejemplares de lepidópteros, coleópteros, ortópteros y odonatos) que buscan protección y alimento en esta cuenca.
La estación de lluvias de la Sierra de Santa Marta inicia a mediados del mes de junio y termina hasta mediados del mes de febrero. La precipitación pluvial media anual de Soteapan es cercana a los 1190 milímetros; compárese con la ppma de Monterrey (640,3 milímetros) o de Guadalajara (886 milímetros). Son lluvias intensas, principalmente en verano y otoño, que acrecientan el caudal de los ríos y arroyos provocando desbordamientos e inundaciones en las comunidades rurales, deslaves de caminos o calles y anegamientos en las viviendas. Estas mismas lluvias que destruyen las obras de los hombres son las que reverdecen el paisaje y lo hacen parecer un sitio inofensivo, un edén.
Los significados del agua en las culturas prehispánicas se asocian a la vida y a la muerte: es la dadora de alimentos y fuente de sanación, pero es también el diluvio que acaba con el desorden humano y origina una nueva vida, una nueva oportunidad. El nombre de Soteapan viene del topónimo náhuatl xoteapan o choteapan, que literalmente significa "río donde hay chotes o río de chotes", pero que también se traduce como "en el agua, o en el río de los chotes"; los chotes o cuajilotes son árboles que alcanzan a veces más de cuatro metros de altura y cuyo fruto es medicinal. El nombre zoque de Soteapan es Attebet, que significa "lugar poblado".
Pero no sólo el agua, o la flora y la fauna, son la gran atracción aquí. También está el misterio de la formación geológica que ha quedado capturada en esta pared suspendida sobre el lago. Probemos con el lenguaje científico: rocas del Cuaternario, como la toba basáltica y el basalto; rocas del Terciario o Neógeno (en este caso del Plioceno), como las andesitas, los basaltos o las tobas andesíticas (rocas ígneas o magmáticas); rocas sedimentarias, como la caliza, el pedernal, la toba, la arenisca y la lutita) o arena, arcilla y limo. En todo caso, lo verdaderamente inclasificable es la bella plasticidad de un movimiento tectónico que inició tal vez hace más de cinco millones de años.
La paradoja universal de lo perenne y lo transitorio, de lo estático y lo fluyente, aparece aquí lo mismo en las paredes de la hondonada que en la cascada. Sin duda, sorprende el resultado de la erosión del agua y el viento, o de la estratificación y lo que parecen ondulados escurrimientos de lava, pero no deja de intrigar el origen mismo del sitio. Pudo ser un hundimiento progresivo de la corteza, o, por el contrario, una falla precipitada por la actividad volcánica de la zona, como sugiere la verticalidad de las paredes. La primera fase de esta actividad tuvo lugar hace millones de años, y la segunda, en cambio, ocurrió entre 1664 y 1793, con las erupciones del volcán San Martín Tuxtla.
La conservación del equilibrio ecológico es una tarea que ha asumido el hombre desde que se dio cuenta de que su propia admiración por la belleza natural lo ponía en peligro. No sólo afecta al paisaje o a los animales con su actitud destructora, en el vano intento de quererse llevar a casa un pedacito del paraíso perdido, sino que también deteriora el mundo donde vive, su propio hogar. Aunque ya se tiene en parte conciencia del hecho, todavía no se ha entrado ni siquiera a una etapa de mediana responsabilidad y respeto hacia la naturaleza. La pregunta no es si habrá tiempo o no en el futuro para provocar este cambio en cada uno de nosotros, sino si podemos comenzar hoy.
Destruir y construir a veces parecen sinónimos. Con el fin de facilitar el disfrute de este sitio, se ha construido, a modo de muelle, una pequeña plataforma de concreto y piedra. El tipo de material empleado demuestra que la intención es fijar un espacio del cual pueda sacarse provecho "turístico" por un largo tiempo. Pero la construcción también demuestra que las autoridades estatales y federales encargadas de la conservación del medio ambiente no han sido capaces de ofrecer opciones adecuadas a las necesidades económicas de los lugareños. Pareciera que en vez de asesorar eficientemente han preferido dejar pasar y dejar hacer, como en los viejos tiempos del liberalismo económico.
Las palapas o sombrillas hechas de troncos y palmas, por su precariedad, suponen un mejor concepto de la ecología. Pero cabe preguntarse si no sería preferible construir fuera del sitio las instalaciones de los servicios que los lugareños ofrecen al visitante. Actualmente, con la idea equivocada de consolidar una "infraestructura turística", se han hecho ligeras modificaciones al curso de las aguas del lago y el arroyo. Se pasa por alto que la belleza y la importancia del sitio no consiste solamente en la cascada, sino en todo el sistema ecológico del que forma parte. Habrá que darle una revisión al concepto de turismo ecológico.
En fin, que ir a la montaña, a la naturaleza más pura, es ir a la realidad extramuros. Y en esta experiencia de la realidad se conjugan el rumor del agua, la humedad del ambiente, los rayos de sol, la respiración propia y las emociones compartidas. No hace falta hacer un esfuerzo para ir más allá de la mera contemplación extática del espectáculo: el calor y el sudor nos hacen sentir que somos parte de esa realidad. Además, los insignificantes piquetes de los insectos nos recuerdan que también somos parte de la muy natural cadena alimenticia. No se va a la naturaleza por comodidades, sino para zambullirse en ella, para sensibilizarse.
Fotografías de Silvia Alina Romero
La estación de lluvias de la Sierra de Santa Marta inicia a mediados del mes de junio y termina hasta mediados del mes de febrero. La precipitación pluvial media anual de Soteapan es cercana a los 1190 milímetros; compárese con la ppma de Monterrey (640,3 milímetros) o de Guadalajara (886 milímetros). Son lluvias intensas, principalmente en verano y otoño, que acrecientan el caudal de los ríos y arroyos provocando desbordamientos e inundaciones en las comunidades rurales, deslaves de caminos o calles y anegamientos en las viviendas. Estas mismas lluvias que destruyen las obras de los hombres son las que reverdecen el paisaje y lo hacen parecer un sitio inofensivo, un edén.
Los significados del agua en las culturas prehispánicas se asocian a la vida y a la muerte: es la dadora de alimentos y fuente de sanación, pero es también el diluvio que acaba con el desorden humano y origina una nueva vida, una nueva oportunidad. El nombre de Soteapan viene del topónimo náhuatl xoteapan o choteapan, que literalmente significa "río donde hay chotes o río de chotes", pero que también se traduce como "en el agua, o en el río de los chotes"; los chotes o cuajilotes son árboles que alcanzan a veces más de cuatro metros de altura y cuyo fruto es medicinal. El nombre zoque de Soteapan es Attebet, que significa "lugar poblado".
Pero no sólo el agua, o la flora y la fauna, son la gran atracción aquí. También está el misterio de la formación geológica que ha quedado capturada en esta pared suspendida sobre el lago. Probemos con el lenguaje científico: rocas del Cuaternario, como la toba basáltica y el basalto; rocas del Terciario o Neógeno (en este caso del Plioceno), como las andesitas, los basaltos o las tobas andesíticas (rocas ígneas o magmáticas); rocas sedimentarias, como la caliza, el pedernal, la toba, la arenisca y la lutita) o arena, arcilla y limo. En todo caso, lo verdaderamente inclasificable es la bella plasticidad de un movimiento tectónico que inició tal vez hace más de cinco millones de años.
La paradoja universal de lo perenne y lo transitorio, de lo estático y lo fluyente, aparece aquí lo mismo en las paredes de la hondonada que en la cascada. Sin duda, sorprende el resultado de la erosión del agua y el viento, o de la estratificación y lo que parecen ondulados escurrimientos de lava, pero no deja de intrigar el origen mismo del sitio. Pudo ser un hundimiento progresivo de la corteza, o, por el contrario, una falla precipitada por la actividad volcánica de la zona, como sugiere la verticalidad de las paredes. La primera fase de esta actividad tuvo lugar hace millones de años, y la segunda, en cambio, ocurrió entre 1664 y 1793, con las erupciones del volcán San Martín Tuxtla.
La conservación del equilibrio ecológico es una tarea que ha asumido el hombre desde que se dio cuenta de que su propia admiración por la belleza natural lo ponía en peligro. No sólo afecta al paisaje o a los animales con su actitud destructora, en el vano intento de quererse llevar a casa un pedacito del paraíso perdido, sino que también deteriora el mundo donde vive, su propio hogar. Aunque ya se tiene en parte conciencia del hecho, todavía no se ha entrado ni siquiera a una etapa de mediana responsabilidad y respeto hacia la naturaleza. La pregunta no es si habrá tiempo o no en el futuro para provocar este cambio en cada uno de nosotros, sino si podemos comenzar hoy.
Destruir y construir a veces parecen sinónimos. Con el fin de facilitar el disfrute de este sitio, se ha construido, a modo de muelle, una pequeña plataforma de concreto y piedra. El tipo de material empleado demuestra que la intención es fijar un espacio del cual pueda sacarse provecho "turístico" por un largo tiempo. Pero la construcción también demuestra que las autoridades estatales y federales encargadas de la conservación del medio ambiente no han sido capaces de ofrecer opciones adecuadas a las necesidades económicas de los lugareños. Pareciera que en vez de asesorar eficientemente han preferido dejar pasar y dejar hacer, como en los viejos tiempos del liberalismo económico.
Las palapas o sombrillas hechas de troncos y palmas, por su precariedad, suponen un mejor concepto de la ecología. Pero cabe preguntarse si no sería preferible construir fuera del sitio las instalaciones de los servicios que los lugareños ofrecen al visitante. Actualmente, con la idea equivocada de consolidar una "infraestructura turística", se han hecho ligeras modificaciones al curso de las aguas del lago y el arroyo. Se pasa por alto que la belleza y la importancia del sitio no consiste solamente en la cascada, sino en todo el sistema ecológico del que forma parte. Habrá que darle una revisión al concepto de turismo ecológico.
En fin, que ir a la montaña, a la naturaleza más pura, es ir a la realidad extramuros. Y en esta experiencia de la realidad se conjugan el rumor del agua, la humedad del ambiente, los rayos de sol, la respiración propia y las emociones compartidas. No hace falta hacer un esfuerzo para ir más allá de la mera contemplación extática del espectáculo: el calor y el sudor nos hacen sentir que somos parte de esa realidad. Además, los insignificantes piquetes de los insectos nos recuerdan que también somos parte de la muy natural cadena alimenticia. No se va a la naturaleza por comodidades, sino para zambullirse en ella, para sensibilizarse.
Fotografías de Silvia Alina Romero
paradísico
ResponderBorrarExcelente reportaje!
ResponderBorrarSoy criado en catemaco y recuerdo a mi abuelita decir q había una cascada en san pedro, pero nunca llegábamos :(
¿cómo podemos llegar desde cate?
Muchas gracias y delicioso blog!
Parece que existe un camino que conecta Catemaco con Soteapan, que turísticamente es conocido como "La brecha del maíz". Aquí tienes un enlace al sitio que proporciona los datos al respecto. ¡Buena suerte!
ResponderBorrarLa brecha del maíz