Emilio Carballido (1925-2008)
Nació en Córdoba el 22 de mayo. Hizo sus primeros estudios en su ciudad natal. En la Capital estudió en la Facultad de Derecho, de donde pasó a Filosofía y Letras. Recibió el grado de Maestro con especialización en Arte Dramático. Desempeña hoy [1966] el puesto de maestro en la Facultad de Arte Dramático del INBA, lo mismo que en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Veracruzana. Entre sus obras teatrales —que le han valido innumerables premios— hay que citar La zona intermedia (1949), Rosalba y los llaveros (1950), Un pequeño día de ira (1962) y Medusa (1958). la última es una original recreación del mito de Perseo. También ha cultivado, y con acierto, el cuento. En diversas publicaciones literarias publicó una serie de relatos veracruzanos, algunos de los cuales pasaron a formar la colección La caja vacía (1962). en estas diez narraciones capta con profundidad ambientes y personajes tanto de su Estado natal como de otras regiones de México. Sabe Carballido calar en la sicología de sus personajes, que siempre resultan auténticos. Y también crear verídicas escenas en las cuales pone en juego todos los recursos dramáticos que le son conocidos. El resultado es la creación de profundas y al mismo tiempo animadas narraciones.
Luis Leal, en El cuento veracruzano (Antología), editado por la Universidad Veracruzana en 1966; p. 171.
CUBILETE
A Fernando Benítez
... tus minas el palacio del Rey de Oros...
R
AMÓN L
ÓPEZ V
ELARDE
Como el ropero rechinaba roncamente al abrirlo, la esposa se dio cuenta de lo que Mario estaba haciendo.
—¡Mario! ¡Es el dinero del gasto!
—Te lo voy a traer al mediodía.
—¿Y cómo piensas que vamos a comer hoy? Es lo único que tengo.
Él asía aquel billete con la punta de los dedos, jugaba con él un poco y la miraba:
—Es que no tengo un centavo en la bolsa. Y siempre hay que pagar algo...
—¿Y cómo piensas que vamos a comer hoy?
—Que la comadre te preste, ¿no?
—Le debo ya treintaicinco pesos.
Esgrimía el cucharón como si fuera un arma, y estaba tensa, en actitud de asalto. Así se vieron unos segundos. Luego, una corriente de apatía pareció circularle por las venas; despacio, fue a sentarse en el filo de la cama revuelta y vio hacia la pared con un gesto que borraba de la pieza y del mundo a Mario y sus acciones. “Qué fatigada estoy, haz lo que quieras”, parecía decir ese gesto. Mario había vencido una vez más.
Él vaciló un segundo y depués se guardó aquel billete en la bolsa. Sonrió muy ampliamente, con su cálida simpatía que nunca había perdido.
—No se enoje mi vieja. Nos vamos a comer a un restorán, ¿eh? A ver si ya estás lista cuando yo llegue.
La esposa lo miró con escepticismo. Tal vez llegara y tal vez no, tal vez cconsiguiera dinero y tal vez no, y bien podría volver hasta la medianoche, o al día siguiente, porque así se portaba desde que andaba metido en la política. “Le pediré prestado a mi mamá”, pensó, y una cólera oscura la hizo apretar los dientes.
—Vamos a estar vestidos y sentados esperándote, aquí, sin comer, hasta la hora que llegues. A ver si nos dejas en ayunas —mintió.
Él la besó contento porque ya no había lucha. Se vió al espejo, pulcro, casi elegante, con su traje de dril muy bien planchado; ensayó una sonrisa, ensayó dos o tres expresiones faciales: se aprobó; la imagen respiraba prosperidad y confianza en sí mismo. Dio otro beso a la esposa y apresuradamente se marchó a la calle. Tuvo tiempo de oir el grito.
—¡Ya lo oiste: sentados en la sala y vestidos para salir, y sin comer, hasta que llegues!
—Ya oí, mujer, ya.
Alcanzó a llegarle el rezongo final:
—¡Maldita sea la hora en que te metiste en la política!
Cerró la puerta con cuidado y de un salto subió al tranvía que pasaba.